DESPRECIO AL DESDÉN
Al entrar en aquel lúgubre bar, repleto de individuos de dudosa calificación, nadie movió ni una pestaña para averiguar quién era el extraño recién llegado. Pero al detective Morrison no le inquietaba aquella actitud, tampoco le importaba el desdén ni la indiferencia para con él mostrada. Además, el detective Morrison se había equivocado de lugar, pues lo que pretendía era entrar en una farmacia a comprar una aspirina que le aliviara el dolor de cabeza. En realidad, no tenía dolor de cabeza, pero por si le venía y luego le daba pereza salir de su casa.
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